martes, 30 de diciembre de 2008

LA KAZA DE PALLEJO



Una vulva amarilla llena de cemento. Eneo y con las manos en los bolsillos mientras las palomas lo cagan, regodean y sobrevuelan. Aeropuerto de ilusiones extravías. El niño asciende por la superficie de la efigie rumbo a su cabeza. Caer como un ave sin darse ningún golpazo. La casa del Sr. Pallejo guarda herramientas de construcción con las que él, secciona los huesos y la carne de equino putrefacta que, luego comercializa en el mercado Aurora. Huancavelica. Santiago chùcaro. Dar vueltas. Espirahalar. Pareciera que llega o inicia la huida. Rumbo al jarrón chino que Javier de un soplo derruyó. Yo he orinado de madrugada sobre esa efigie sin ser parte de la puesta en escena de Los Escondrijos Espectrales en el Teatro Segura. Dice el Sr. Pallejo mientras carga un enorme odre lleno de carne. No me conmueve tu inmóvil dolor. Quizá si te lanzarás al paso. Quizá. Él murió con la boca abierta sobre la parra. Una alpaca se para delante de la efigie. Esputa. Sí, de vez en vez la noche prostituye a la mañana. Hoy que he venido a saludarle entre las excretas y el cemento. He hallado el gabán vacío. Mejor. Dice que ha ido a saludar a la muerte. Dúctil títere con alas ya hilos de viento.

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